21 de julio de 2023
Un concepto o disparador. Un invitado/a que aporte su playlist del corazón y/o su disposición a charlar con el conductor, en un tono coloquial y descontracturado, son los elementos, básicos pero nobles, con los que cada miércoles Dalmiro Zantleifer Ojeda arma su fiestita, a la que estamos todes invitados en el 99.5 del dial o a través del Twitch de FM Medium, radio con imagen.
Mi Fiestita, creado, producido y conducido por Dalmiro, con la operación técnica de Luca Bissio Madueña, es desde hace unos jóvenes dos meses la propuesta de la recuperada radio del ‘Chelo’ Marcelo Aquiles Barrios para los miércoles después del programa de Lucía González Livio, un punto de partida aleatorio entre las 17.30 y las 18, para un viaje de una hora de duración con la música como motor del bondi. Sin fronteras, como el sabroso ‘estofado’ que propone Mario ‘Chiqui’ Cuevas, vale decir que caben en esta jodita radiofónica de la bossa al grindcore pasando por la rumba, el jazz, cualquier rama del rock, el folclore surero (ponele) y lo que quieras. Y va en serio, al punto que a Zantleifer le interesa dar cabida a estilos con los que no empatiza, como el hip hop, el trap y la cumbia.
El tono es el que impuso la Rock and Pop como mascarón de proa de una armada de radios desde mediados de los años noventa: casi de entrecasa o de reunión de amigos, a años luz del modelo clásico del ‘locutor engolado’. Gente que lucía descontracturada, aunque todo se ajustara a una estructura fríamente calculada que -en general- no dejaba escapar al aire sus hilvanes. Tipos que parecían ir con lo puesto, a ‘guitarrear’ y hablar de su vida como si eso resultara per sé interesante porque se trataba de cosas que les ocurrían a ellos, pero seguramente no era tan así.
Claro que Dalmi elige en un timbre más reposado, sin las altisonancias cuasi violentas que los comunicadores estrella de aquella emisora que Grinbank nos legó establecieron para vincularse con su audiencia, un modo de hacerlo que fue permeando en el espectro comunicacional en general, de los diarios a la radio pasando por la tele.
Aunque su amor por el medio data de antes, Dalmiro se radicó en Baires en 1999 y en esos años iniciáticos en muchas cosas redefinió su pasión como oyente. (De hecho, un miércoles lo destinó a compartir las canciones que él escuchaba puntualmente ese año.) Juan Di Natale y Gillespi son dos de los que más escuchó en esa etapa, justo dos de los menos gritones de una radio cuyo emblema fue Mario Daniel Pergolini.
Es también un melómano, aunque no sea un sustantivo de su gusto en tiempos en que ya no existen las ‘cuevas’ (¡pero existe ‘Chiqui’ Cuevas!) donde buscar discos y hacer la diferencia, cuando cualquiera está a un click de conocer a un ‘raro’ o acceder a un disco por añares incunable, y si alguien conoce una operación menos poética que esa, que avise. Él entonces prefiere hablar de “melomanía democratizada”, y de la impertérrita vigencia del curador musical, el que te guía en la selva de todo lo que late, contra el que no hay avance tecnológico que valga (hasta ahora, con el advenimiento de la inteligencia artificial habrá que ver, ¡o que oír!).
En estos programas, entre otros han estado como invitadas la cantante y compositora Clara Tiani, que se llevó su playlist y su viola a partir del concepto ‘despechades’, y Romina García -dos miércoles-, hacedora de esta nueva etapa de La Lomada, que simplemente charló un rato “como si pasara por casa a tomar unos mates”, en palabras de Zantleifer durante la entrevista con este diario.
Otro disparadores han sido ‘trovadores’ y ‘música triste’ (“pero ‘la música más triste del mundo’, no Viernes 3 AM, no triste como concepto”, enfatiza el conductor, sino cosas más tipo “la versión de Luca Prodan de Solid Air, de John Martyn”).
Todo, inspirado en el personaje de John Cusack en la película Alta Fidelidad, en la que era capaz de armar una lista de canciones a partir de cualquier cosa que se dijera.
“No entiendo la radio con imagen”
Con que se pueda ver un programa de radio Dalmiro tiene un tema. Le cuesta entender, ‘ver’, ese -llamémosle así- avance. (Mirá lo que te digo se llamó el último programa del gran Castelo; siempre un adelantado, Adolfo.) “No es que esté en contra”, aclara, pero la radio que aprendió a amar no te mostraba al tipo que hablaba, “y uno siempre se imaginaba cómo sería” el portador o la portadora de esa voz que dialogaba con uno y le decía cosas como si estuvieran mano a mano, al punto que “de algún modo terminabas sintiéndote amigo suyo”, coincidieras con sus posturas o no, eso venía bastante después. Por eso él no tiene ningún interés en que se vea su cara, no advierte “qué ganan los que escuchan” viendo su rostro y qué aportaría a su propuesta, razón por la cual mientras conduce dibuja (quizá nada como dibujar coincida tanto con él), y así es que los oyentes visualizan sus manos y sus trazos, o emplea alguna imagen para maridar temáticas o simplemente como telón de fondo. “No entiendo la radio con imagen”, se planta, si bien “sí está bueno para documentar” lo que se va diciendo, quizá en el caso de otro tipo de propuesta.
Que el operador sea también melómano (y dale con esa palabra) es un punto a favor de Mi Fiestita, porque habilita en diálogo entre ambos, o sencillamente Luca le sirve a Dalmiro de téster de sus opiniones y enfoques, de modo que “a veces cuando digo algo medio lapidario lo miro, a ver qué cara pone”, dice el conductor. Bissio Madueña se mueve como “una bestia, una luz”, en los rotundos elogios de su cumpa de los miércoles, alguien que además brinda su paladar musical a la estructura de un programa que se sustenta en las canciones.
Por lo demás, Dalmiro habla aleatoriamente de cuestiones vinculadas con el concepto del día, opinando, reflexionando y/o analizando a partir de sus impresiones y de lo puramente sensitivo. “No me documento, no soy ‘Chiqui’ Cuevas”, la idea en este proyecto no pasa por ahí, remarca el artista, a quien también le interesa el cine y últimamente despunta como violinista, percusionista y cantante en el colectivo Alto Guiso.
Chino Castro
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